Homilía para la Navidad 2015
El regalo de la misericordia
Dios nos mostró el signo más grande de su misericordia: nos regaló a su único Hijo. En este día celebramos su Nacimiento en nuestra carne mortal. Le damos gracias como doña Lupe, una partera que está agradecida con Dios por todos los niños que le ha regalado a lo largo de su vida. El Hijo de Dios se hizo carne en el vientre de la Virgen María, se hizo niño en Nazaret, se hizo pobre entre los judíos, se hizo luz y vida para el mundo. Se hará Pan y Vino para nosotros.
El regalo de la misericordia
Textos: Is 52, 7-10; Hb 1, 1-6; Jn 1, 1-18
Dios nos mostró el signo más grande de su misericordia: nos regaló a su único Hijo. En este día celebramos su Nacimiento en nuestra carne mortal. Le damos gracias como doña Lupe, una partera que está agradecida con Dios por todos los niños que le ha regalado a lo largo de su vida. El Hijo de Dios se hizo carne en el vientre de la Virgen María, se hizo niño en Nazaret, se hizo pobre entre los judíos, se hizo luz y vida para el mundo. Se hará Pan y Vino para nosotros.
Dios quiso regalarnos a su Hijo por amor; no hay otra razón. El amor se manifiesta en las expresiones de misericordia. ¿Quién decide regalar a su hijo o hija para el bien de los demás? Nadie. Dios sí se animó a hacerlo pensando en nuestra salvación, en la vida de la humanidad, en la luz para el mundo, como expresan los textos bíblicos que se han proclamado. Lo hemos reconocido en el Salmo al decir que toda la tierra ha visto la salvación, la justicia y la victoria de Dios.
La misericordia de Dios es muy grande para con nosotros. Vio la situación de pecado de la humanidad y nos dio a su Hijo que perdonó nuestros pecados. Vio la necesidad que los humanos tenemos de escucharlo, nos envió a su Hijo y nos habló por medio de Él. Vio las injusticias que se cometen entre humanos y de nosotros para con la naturaleza, y nos mandó a su Hijo, el Justo. Vio la realidad de sufrimiento y muerte, y nos ofreció a su Hijo, la Vida del mundo.
Nosotros estamos contentos con este regalo de la misericordia de Dios y se lo agradecemos con esta Eucaristía. Nos unimos a la alegría de José y María, de la partera que le ayudó a María, de los pastores, de los ángeles, de los pobres. Nos unimos a la acción de gracias que elevaba doña Lupe cada que recibía un niño o niña en sus manos. La vida de Dios se hizo pequeña al hacerse humano, al nacer niño fuera de su tierra, al aparecer pobre en el portal de Belén.
Esta vida después se hizo grande en el servicio diario a los pobres, enfermos, pecadores, hambrientos, endemoniados, mujeres. Después se metió hasta el fondo de la humanidad fundiéndose con los últimos: hambrientos, sedientos, enfermos, migrantes, prisioneros, desnudos. Como uno de ellos y desde ellos ofreció su vida, sobre todo en la hora de la cruz. Así, empobrecido y abandonado, vivió su condición de Palabra de Dios hecha carne y viviendo entre nosotros.
Nosotros, que recibimos la vida de Jesús en el Bautismo, tenemos que hacer lo mismo que Él, o sea, convertirnos en regalo de la misericordia de Dios para los demás. En nuestros días hay muchísimas situaciones de sufrimiento: enfermos y ancianos solos, familias fracturadas por la separación de los esposos y golpeadas por la violencia, adolescentes y jóvenes metidos en la droga, migrantes que pasan por aquí, indígenas en los invernaderos, etc. ¡Y tantas otras!
La Eucaristía de Navidad nos sirve para agradecer a Dios el regalo de su misericordia: su Hijo único hecho carne y viviendo como uno de nosotros para darnos vida. Pero también nos impulsa a convertirnos en regalo suyo para los sufrientes. Este es el sentido pleno de nuestra celebración Eucarística. La Misa se completa en la misión, en el servicio, en la misericordia. Por eso nuestra tarea es anunciar a Jesús, servir a los demás y ser misericordiosos con los que sufren.
Hoy el Hijo de Dios se hará Carne y Sangre en el Pan y el Vino. En la Comunión lo vamos a recibir y va a seguir habitando entre nosotros. Nos uniremos nuevamente a Él y Él a nosotros. Dispongámonos a recibirlo para ir luego a anunciarlo con nuestras palabras y hechos. Seamos los nuevos mensajeros que anuncian la paz y llevan la Buena Nueva. Hagamos realidad la vida que Jesús trajo para el mundo viviendo la misericordia en nuestra comunidad y en el mundo.
25 de diciembre de 2015