Homilía para el 13er domingo ordinario 2015

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Fe que vivifica

Ord13 B 15

Jesús nos ha reunido este domingo para que nos encontremos con Él, para atender nuestras necesidades, para enseñarnos el modo de vivir, para fortalecer nuestra fe, para alimentarnos con su Cuerpo y Sangre y para reanimar nuestra vida; es decir, para que se actualice lo que escuchamos en el texto del Evangelio. Él se encontró con dos situaciones que tenían sufriendo a dos familias: una mujer con hemorragias permanentes y una niña que agonizaba y luego murió.

Fe que vivifica

Textos: Sb 1, 13-15; 2, 23-24; 2 Cor 8, 7. 9. 13-15; Mc 5, 21-43.

Ord13 B 15

Jesús nos ha reunido este domingo para que nos encontremos con Él, para atender nuestras necesidades, para enseñarnos el modo de vivir, para fortalecer nuestra fe, para alimentarnos con su Cuerpo y Sangre y para reanimar nuestra vida; es decir, para que se actualice lo que escuchamos en el texto del Evangelio. Él se encontró con dos situaciones que tenían sufriendo a dos familias: una mujer con hemorragias permanentes y una niña que agonizaba y luego murió.

Las mujeres saben mucho más que nosotros los varones lo que significa tener sangrados. La señora que se acercó a Jesús por detrás de Él para tocarle el manto, con la confianza de que así se curaría, tenía doce años con este problema y no encontraba el remedio. Dice san Marcos que ella había sufrido mucho a manos de los médicos, que ya se había acabado su dinero y que no mejoraba sino que, por el contrario, iba de mal en peor. Y además tenía otras cargas.

Junto con su enfermedad, aquella mujer –como muchas también hoy– tenía la carga del machismo; vivía en una sociedad machista, patriarcal, en donde la mujer era sólo para tener hijos y atenderlos, y para los quehaceres de la casa. El machismo era una carga desde el nacimiento. Además, por el hecho de derramar sangre estaba en una situación de impureza según lo que ordenaba la ley; entonces durante doce años ella había llevado esta otra carga de ser impura.

Dicen que un perdido a todas va. Así estaba esta mujer. Su última esperanza fue Jesús y allí encontró el remedio no sólo a su enfermedad sino a toda su situación. Podemos decir que revivió. ¿Por qué? Porque por ser mujer, por estar enferma, por cargar con la impureza legal, por haberse empobrecido, estaba como muerta en vida, sin esperanza de llevar de nuevo una vida normal, de volver a la vida ordinaria de mujer. La curó su fe, según las palabras de Jesús.

¿Cómo la pasan las mujeres con los sangrados? Mal, a veces muy mal; y, sin embargo, siguen con las cargas ordinarias de la vida: el marido, la familia, la casa, el trabajo y muchas incluso el servicio a su comunidad. ¡Cómo las sostiene, aunque casi no lo digan, la fe en Jesús! En esto se parecen a aquella mujer, cuya fe fue exaltada por Jesús; y debemos darle gracias a Dios por su testimonio. Para los varones es un compromiso valorarlas, cuidarlas y tratarlas bien.

A la otra familia, la de la niña de doce años, Jesús le devolvió la tranquilidad y la vida ordinaria; y esto sucedió gracias a la fe de su papá. Sabiendo que ya había muerto su hija, Jesús le dijo a Jairo que no temiera y que bastaba con que tuviera fe. Y la tuvo, pues su niña recuperó la vida. Jesús la tomó de la mano y le dijo que se levantara. Si revivió fue por la fe de su papá y por la acción de Jesús que, con este signo, hacía presente una vez más el Reino de Dios.

Las dos mujeres comenzaron una vida nueva, gracias a la fe y a la acción curadora de Jesús. El encuentro con Jesús y la fe las vivificó. Nosotros, que nos hemos reunido este domingo para celebrar la Muerte y Resurrección de Jesús, nos encontramos nuevamente con Él, le presentamos nuestras situaciones de sufrimiento –que son muchas–, le manifestamos nuestra fe, lo escuchamos y permitimos que nos toque. Esto nos vuelve a la vida como a aquellas mujeres.

Preparémonos para recibir sacramentalmente a Jesús en la Comunión. Este sacramento nos vivifica, pero no sólo para alimentarnos y experimentar personalmente la gracia, sino para salir a dar testimonio de Jesús, para seguirlo en su camino y estilo de vida, para estar atentos a las situaciones de sufrimiento de las familias de nuestra comunidad, para atenderlas, tocarlas, curarlas y devolverles la esperanza de una vida con dignidad. Renovemos ahora nuestra fe.

28 de junio de 2015

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