Mujeres color de la tierra

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Por: Alba Darinka Rodríguez.Estudiante de Periodismo en el CUSur

 

Para llegar a la comunidad de Cuzalapa desde Zapotlán el Grande hay que viajar durante cuatro horas a través de una carretera serpenteante; sube, baja y se mueve a través de los árboles dejando pasar a través del follaje rayos de la luz del sol, que tocan la piel del viajero a intervalos fugaces.

 

Enclavada en la Sierra de Manantlán, esta comunidad indígena nahua, forma parte del municipio de Cuautitlán de García Barragán, en la Costa Sur de Jalisco. Posee una biodiversidad natural y cultural que le otorgan características únicas, además de ser productora de café bajo sombra. Sin embargo, lo que hace realmente especial a esta comunidad, es el espíritu de sus mujeres, quienes desde hace veinte años están organizadas por la defensa del territorio, el cuidado de la tierra y el rescate de los saberes tradicionales.

 

Son quince mujeres y sus familias quienes actualmente forman el grupo “Color de la tierra”. Desde el 2015 llevan a cabo el “Festival del Café Cuzalapa”, que el pasado mes de febrero celebró su quinta edición; un encuentro donde además de comercializar sus productos como cooperativa, se realizan actividades que promueven la conservación del medio ambiente y foros acerca de agroecología, economía solidaria, entre otros temas.

 

El vínculo de esta comunidad con el café se remonta a más de 250 años, no existe un dato exacto pero los abuelos de los abuelos ya tenían cafetales de sombra en sus casas, lo cultivaban, lo tostaban sobre barro y lo bebían. El saber fue pasando de generación en generación, y poco a poco los granos de Cuzalapa, además de destinarse para autoconsumo se comercializaba recién cortados a compradores que lo trasladaban a Colima para procesarlos.

 

Durante años la comunidad se mantuvo de la compra de la cereza de café, hasta que en el 2001 hubo una drástica baja en el precio del cultivo, lo que trajo nuevas problemáticas. Así lo platica Rosa Elena Ramírez Pizano, miembro y voz del grupo de mujeres indígenas: “Los comerciantes empezaron a comprar muy barato, a peso el kilo de café. Para la gente no valía la pena el esfuerzo diario de la cosecha, porque el café no madura parejo, vas cortando solo el rojo. No sacaban ni siquiera lo del día. Los cafetales quedaron en abandono por 25 años, y la gente empezó a hacer cambio de uso de suelo, porque los productores pagaban muy bien por un cuarto de hectárea para ganadería”.

 

Así fue como poco a poco el paisaje comenzó a cambiar, la fresca sombra de los árboles desaparecía para abrir paso a la desertificación. La tala de cafetales de sombra, implicaba la tala de todos los árboles mayores; árboles de arrayán, capulín, mamey, limón, plantas medicinales y árboles maderables. Con la disminución de la fruta, se comprometió la calidad alimentaria y la población presentó casos de desnutrición.

 

Sin embargo, este sería el clímax que detonaría la organización de las mujeres que tenían la sabiduría para entender que dentro de la problemática se encontraba la solución: “En ese momento pensamos, se está perdiendo el café porque la gente no lo valora, porque no tiene costo, y un pastizal sí; entonces hay que darle valor económico al café. Se planteó con las mujeres y se empezó a tostar un kilo de café en cazuela de barro. Aprovechamos la visita de académicos y estudiantes que venían a la comunidad a investigar. Lo vendíamos en bolsitas de plástico, cinco cucharaditas por cinco pesos, les gustó y de boca en boca fue recomendado hasta que nos hacían pedidos de un kilo, tres kilos, hasta diez, y así se empezó y pensamos en darlo a conocer a otros mercados”.

 

Rosa recordó la travesía para llegar a ser la cooperativa que son ahora. Un apoyo económico de la Universidad de Guadalajara les permitió viajar a lo largo de toda la Costa Alegre; desde Santiago a la Manzanilla para tocar puertas de cafeterías y restaurantes.

 

“Llegábamos y decíamos; somos de una comunidad indígena, producimos café bajo sombra libre de químicos. En ese camino nos dimos cuenta de que a nadie le importaba ni lo orgánico, ni que fuéramos mujeres, ni que fuéramos de una comunidad indígena. Lo que les interesaba era que el café se los diéramos a mitad de precio. Nos desilusionamos, no sabíamos defender nuestro producto, ni a nuestra comunidad”.

 

Sin embargo, esto no las hizo darse por vencidas, y al darse cuenta de que el café que producían se comparaba con otros de características diferentes en tostado, cuerpo y molido, regresaron a la comunidad con el objetivo de mejorar la calidad del café y regresar a venderlo en los negocios que habían visitado. Paso a paso restauranteros, cafeteros y otros compradores las eligieron por la identidad de su café.

 

El obstáculo más difícil no obstante fue el que las mujeres encontraron al interior de sus hogares y frente a su propia comunidad. En su contexto cultural, la mujer nunca había trabajado; era el marido quien cumplía con el rol de proveedor. Pero a consecuencia del uso de agroquímicos la ganancia de los campesinos no fue suficiente para mantener la economía del hogar, pues cuando llegaba la cosecha ya debían el dinero de los fertilizantes.

 

“Ahí fue un choque cultural tremendo, los maridos eran muy machistas. Las mujeres integrantes que entraron al grupo a escondidas del esposo y que decían “yo nunca voy a venir a una reunión para que mi esposo no se dé cuenta”, porque la mujer nada más a lavar al arroyo y a hacer la tortilla calientita a todas horas, todo su trabajo era atender a los hijos y servirle el plato al marido. Fue todo un reto que se enfrentó, desde cómo le digo a mi esposo que me toca ir al CUCSur a vender porque hay tal festival cultural al que nos están invitando con nuestro puestecito”.

 

El rescate de la madre tierra que tanto valoraban los ancestros de estas mujeres nahuas ha sido un proceso gradual que fue de la mano con el despegue de su economía, pues al ser algo útil para la comunidad los recursos naturales se cuidan y conservan. Tal y como lo comenta Guadalupe Hernández Mancilla, otra integrante del grupo.

 

“Ya no se corta el cafetal porque se está aprovechando, al momento de utilizarlo se va conservando. No es como que tú piensas: ah ya no lo corto para que se mantenga el área fresca, y tener agua, sino que se da a consecuencia. Un cafetal bajo sombra mantiene más humedad, la hojarasca retiene la humedad, la filtra y gracias eso tenemos cuatro arroyos con agua todo el año. Una cosa lleva a la otra”.

 

Esta población de alrededor de 900 habitantes también está protegiendo conocimientos y usos de plantas muy antiguos del pueblo nahua. Por ejemplo, el café de mojote; un fruto con un proceso de tueste parecido al café, pero sin cafeína y de origen prehispánico. Actualmente también venden jamaica, pipián, plátanos tostados con sal y con miel, aretes, bordados, miel, pulpas de frutas, chile secos, etc.

 

Las mujeres de Cuzalapa son un ejemplo de la organización, la perseverancia y sabiduría de los pueblos indígenas, permanecen de pie bajo la sombra de los cafetales, de los cuáles no sólo cosechan las cerezas rojas, también cosechan la esperanza.

 

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