Los aprendizajes de Tere

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Rosa Eugenia García Gómez

Inmersa en evaluaciones finales de estudiantes universitarios y en tiempos de estadísticas que inundan las diferentes plataformas mediáticas me he dado cuenta que las cifras globales abrumadoras no pueden contagiar su frialdad a las calificaciones numéricas que estamos acostumbrados a asignar al cierre de cada curso.

No, la recta final de 2020 no se puede analizar con los mismos lentes de otros años, como tampoco se puede hacer lo mismo con los procesos de construcción de conocimiento que emprendimos en nuestros cursos universitarios.

Claro que importa saber el qué de los contenidos, pero hoy más que en otras ocasiones el cómo se abre camino para ser tomado en cuenta entre los elementos a evaluar.

Les comparto una experiencia que me impulsó a llevar estas carrilleras por una senda de analítica introspección.

Una parte mínima de la calificación mis estudiantes la obtienen cumpliendo con actividades que denominamos de formación integral. Se trata de esas experiencias que le abonan positivamente al ser humano que se habrá de desarrollar en una profesión. Mi argumento particular -calcado del pensamiento “kapuscinskiano”- es: antes que ser un buen profesional de lo que sea, es necesario ser una buena persona.

Normalmente consideramos el deporte, un segundo idioma, asistir a un ciclo de cine no comercial, al teatro, a exposiciones de arte o participar en muestras de ciencia, todas esas experiencias que alimentan el espíritu de manera positiva. La nueva normalidad de este año limitó algunas de ellas, sin embargo, una alumna me sorprendió e hizo que el alma de esta profesora sonriera profundamente por dentro. Sus actividades de formación integral fueron, entre otras, adoptar un gato callejero, darle un techo seguro por las noches y alimento constante; leer filosofía –y descubrir cómo le daba sentido a muchos procesos de la vida-; y visitar una vez por semana a su tía que vive con síndrome de Down, dibujar juntas mientras comen fruta y compartir.

Si ustedes me han estado leyendo de manera atenta, seguro también están sonriendo con un poquito de satisfacción.

Mi alumna en sus reflexiones me compartió que aprendió a entender el respeto que se le debe a otras especies como una acción “de natural coexistencia”; que la vida en cada época es un acuerdo social, pero que para ella, se puede modificar siempre y cuando constituya un beneficio colectivo; que la pintura ayuda a la proyección personal y que casi cualquier lienzo de madera desechado en carpinterías y madererías sirve para plasmar lo que se siente ¡ah!, también aprendió que las mandarinas saben más dulces cuando se les quita la pelusa blanca que está entre la cáscara y la tela que guarda los trocitos de sabor, mesocarpo, dijo el Google que se llama.

El aprendizaje valioso está en cualquier parte, esta joven refrendó en mi esa convicción y en medio de mis angustias de calificar y sumar números a mis decenas de estudiantes, me hizo recordar que lo importante es ser y estar, es vivir y compartir y ser felices siempre que podamos.

Rosa Eugenia García Gómez

Coordinadora de la Licenciatura de Periodismo en el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara.

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