Por: Pbro. Juan Manuel Hurtado López

Hoy, somos muchas personas las que nos preguntamos por el coronavirus. ¿Cómo entró? ¿Cuándo terminará esta pandemia? Y después del COVID19, ¿qué seguirá? ¿Será todo como antes en nuestras maneras de comportarnos en sociedad, en el trabajo, en el esparcimiento, en la manera acostumbrada de viajar?

Pero hay otras preguntas más de fondo: ¿Hasta dónde llega nuestra resistencia como humanos? ¿Entonces el mundo que habíamos forjado no estaba bien? Y hay otras preguntas todavía más de fondo: ¿Qué es entonces la vida sobre la tierra? ¿Para qué estamos en este planeta? ¿Qué tiene que ver Dios con todo esto?

Sin duda que éste es un tiempo de silencio, de reflexión, de contemplación. Y aquí San Agustín, una de las mentes más privilegiadas de occidente, nos ofrece una herramienta. Él, en las crisis de su vida, se puso muchas preguntas: ¿Quién es Dios? ¿Cómo está Dios en nosotros? ¿Por qué el bien? ¿Por qué el mal? y profundizó en el ser humano, en la estructura del ser humano. Así lo relata en Las Confesiones.

Nos presenta la memoria como ese gran receptáculo donde están como inscritas todas nuestras emociones, sentimientos, ideas, conocimientos, recuerdos, imágenes, hechos. Todo lo que hay en nuestro espíritu está en la memoria y todo lo que hay en la memoria está en nuestro espíritu.

Está ahí no sólo porque una parte entró por las ventanas de nuestros sentidos, sino porque antes Dios mismo nos revela lo que somos. Dios mismo está en lo íntimo de nosotros, más profundo y más cerca de nosotros mismos de lo que nosotros podemos estar. Dios es más íntimo a nosotros que nosotros mismos respecto de nuestro corazón o nuestro espíritu, dirá San Agustín.

Por eso podemos recurrir a nuestra memoria para preguntarnos: ¿Qué somos, a dónde vamos, qué quiere Dios de nosotros? Y desde nosotros mismos Dios nos dará las respuestas que están como dormidas en nuestro espíritu, en el fondo de nuestro corazón.

Podemos preguntar entonces qué es nuestro cuerpo, qué es nuestro espíritu, qué es el tiempo. Y así iremos descubriendo que la memoria como la historia es maestra de la vida, y que entonces muchos caminos que habíamos tomado son equivocados: como el acumular riqueza, las guerras, el odio al prójimo, dado que a todos los seres los creó Dios buenos; y así otros como el orgullo y la vanidad que son negación del ser que recibimos. Mientras más orgullosos, prepotentes, vanidosos, soberbios somos, más nos alejamos del ser que Dios nos dio, ya que estas actitudes son perversiones del ser, desviaciones del ser recibido de Dios como un regalo bueno.

También con San Agustín podemos interpretar que hay enseñanzas que el ser humano no aprende de golpe, de un vez, sino que le lleva tiempo aprenderlas. Así pasa con el ser humano individual. San Agustín da testimonio con su propia vida. Así le pasa a la humanidad: hay enseñanzas como el respeto a la creación, a la vida y a la dignidad de los demás, al valor de lo espiritual y de lo material en su justa medida, a vivir todos y todas aquí en la tierra como hermanos y hermanas compartiendo la misma mesa, que le cuestan más tiempo. Quizá esta pandemia del coronavirus nos está alertando sobre estas verdades.

El recurso a la memoria nos liberará de muchas mentiras que como capas hemos ido sobreponiendo al ser que Dios nos dio. Escuchamos que esta pandemia del COVID 19 es un tiempo de volver a lo esencial de la vida, de la convivencia humana. Este tiempo de reclusión nos permite preguntarle muchas cosas a nuestra memoria y Dios desde nosotros mismos nos puede revelar lo profundo y bello de nuestro ser.

Pbro. Juan Manuel Hurtado López

Colaborador de El Puente. Párroco de Pantelho.

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