La tarea en el cerro

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¿Ya vio con atención la imagen que acompaña este artículo?

Yo la conocí la semana anterior. En el silencio de un atardecer en el paisaje rural, se teje un mensaje que supera la primera barrera del alambre de púas, la segunda de huizaches y la tercera de piedras. Llega hasta allá, donde el horizonte se pinta de luces esperanzadoras.

Son dos jóvenes, que al caer la noche están con una computadora en sus piernas, sentados sobre piedras que previamente han preparado para hacer más cómoda su labor. Le dan a la tecla entre tierra, pasto y rocas de la ladera empinada de un potrero que se conoce como “La Puerta de en medio”.

Es la comunidad de Ambrosio, municipio de Tecolotlán, en Jalisco. Según las estadísticas más recientes hay 109 habitantes, una brecha que la conecta con la carretera federal 80, un paisaje esplendoroso, jóvenes que emigran a Estados Unidos, otros que trabajan y algunos más que estudian. A Ambrosio no llega la señal de internet, ni de celular.

En la foto aparecen dos chicos, pero cada tarde son alrededor cinco o seis los que van al cerro a agarrar señal. Los guía Édgar Iván Ramos Garibaldo, alumno de cuarto semestre de la Licenciatura en Pedagogía de la UPN, en la Unidad 143 de Autlán. Hay alumnos de secundaria y de preparatoria.

La cuarentena por el COVID19 los llevó a hacer escuela a distancia desde su casa, igual que al 90% de los estudiantes del planeta. Han respondido al reto evitando dejar pasar un día sin entregar los trabajos que los profesores han diseñado para que sigan aprendiendo.

Édgar reúne al grupo en su casa que está junto al río, ahí siguen una brecha de tierra durante poco más de diez minutos, hasta llegar a una puerta donde comienza el ascenso al cerro, llevan en la espalda las mochilas con las computadoras cargadas y los archivos listos para enviarse. Llegar a la cima, les toma otros quince minutos. Es el único punto donde un celular capta señal que permite transferir el internet a la computadora.

Después de enviar los trabajos, viene la segunda parte del proceso: descargar los materiales que los profesores le han enviado: WhatsApp, Classroom, Correo electrónico, guardar textos, verificar fechas de entrega y volver a casa. Si la actividad demanda mucho tiempo, comenzarán a elaborarla en la misma noche, pues durante las mañanas participan en las labores domésticas y a veces, en las del campo.

Édgar no lo dice exactamente, pero es evidente que no solo procura cumplir él mismo con sus actividades. También busca que los más jóvenes de Ambrosio hagan deporte y no dejen de cumplir con la escuela. Por eso, después de trabajar, vuelven a la computadora a preparar los archivos, para otra vez en la tarde, regresar a la cima del cerro, tomar señal y cumplir.

El tono de voz en el mensaje de audio que narra su historia, transmite seguridad sin presunción: “tenemos dos objetivos al subir al cerro: hacer ejercicio y pasar el semestre, pero lo más importante son las buenas calificaciones para en mi graduación resaltar como un buen alumno, que mis padres y maestros sepan que me dediqué a estudiar, porque a eso fui”.

Édgar es generoso en explicar sus motivaciones: “veo a mis amigos que hacen su tarea, que están motivados con salir adelante, más en estos casos que estamos pasando, nos motiva pensar que nos superamos en todo: caminamos más rápido, subimos en menos tiempo, otros siguen el reto de correr y llegan a hacer tareas”.

Él es Édgar, el joven que guía a un grupo de amigos a subir un cerro cada tarde para vivir la educación a distancia.

Como profesor, valoro todos los contextos en los que viven mis alumnos y sus familias, muchos de ellos con grandes carencias. Diversificar estrategias que no dejen atrás a nadie es un compromiso ético de la profesión que asumo con la mayor responsabilidad posible.

Hoy estoy convencido que el esfuerzo vale la pena, porque es mutuo, porque estoy lleno de alumnos y familias que están dando poderosas batallas para no dejar de aprender.

El trabajo no cae en vacío porque hay un grupo de alumnos que en Ambrosio, Jalisco hubieran podido decir: “profe vivo en el rancho, no tengo internet, no haré la tarea”, y nadie les hubiera reclamado, pero que decidieron subir el cerro cada tarde y acomodar unas piedras, captar señal y hacer del mundo su escuela.

Y entonces, por ellos, por todos, tomo mi propia mochila y comienzo a trepar el cerro.

Carlos Efrén Rangel

Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por el ITESO. Maestro en Educación Básica por la UPN. Profesor de Español en Secundaria en la SEJ, y en la Secundaria Autlán. Profesor de Postgrado en la UPN 143. Editor de El Puente. Fue periodista durante 15 años.

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