La resiliencia comunitaria frente a los riesgos globales

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Por: Tzinti Ramírez Reyes

Desde el año 2006, cada mes de enero el Foro Económico publica en colaboración con la consultora neoyorquina en seguros y administración de riesgos, Marsh & McLennan Co. (MMC), el Informe Global de Riesgos. Dicho informe es un estudio anual, publicado en inglés bajo el título Global Risks Report, que busca ofrecer un panorama acerca de las principales amenazas que el mundo enfrentará según la visión de un grupo de mil expertos y tomadores de decisiones distribuidos en diferentes países y afiliados a la Red de Riesgos Mundiales.

La Red de Riesgos Mundiales, fundada en 2004 y mejor conocida como Global Risk Network, tiene como encomienda rastrear la evolución de un conjunto de amenazas durante un periodo de al menos diez años en cinco áreas específicas: economía, geopolítica, medio ambiente, sociedad y tecnología. Cada año, el informe que resulta de los trabajos de esta red, ofrece una síntesis del panorama general de riesgos que enfrentarán los países y los clasifica según un horizonte temporal de corto o mediano plazo según probabilidad de ocurrencia y la gravedad prevista del impacto que ocasionarían si efectivamente llegaran a acontecer.

Es así como, a lo largo de 14 años, el Informe Global de Riesgos ha dado cuenta de una treintena de amenazas anuales de naturaleza diversa entre las que se incluyen: ataques terroristas domésticos y trasnacionales, confrontaciones económicas y comerciales entre las grandes potencias, una pérdida acelerada de la biodiversidad en los ecosistemas, un aumento en los desplazamientos forzados y olas migratorias involuntarias provocadas lo mismo por conflictos armados que por presiones económicas, la probabilidad cada vez más cercana de eventos climáticos extremos, la vulnerabilidad de nuestros sistemas informáticos ante ciberataques, ciclos recesivos y crisis en las economías mundiales y una mediana mención de la debilidad de los sistemas de salud frente al surgimiento de nuevas enfermedades infecciosas que las empujarían a niveles críticos de operación.

Hoy, con la pandemia del COVID-19, los precios del petróleo por debajo de cualquier récord histórico, las pugnas político-comerciales entre Estados Unidos y China y las cadenas globales de suministro de material médico en vías del colapso, nos encontramos ante una evidente mezcla de escenarios más o menos previstos desde hace años por este y otros estudios de riesgo global.

Si bien, la Red de Riesgos Mundiales ha acertado al nombrar varios de los fenómenos que hoy aquejan a diversos países, de manera fundamental se extravía al magnificar la importancia de la alta política – el rol de los Estados y las organizaciones intergubernamentales, las negociaciones de alto nivel y la formación de alianzas público-privadas- en la preparación y el abordaje de los riesgos, al tiempo que olvida el potencial de reacción de las poblaciones que se verán envueltas en la turbulencia.

Es habitual hablar de estrategias globales, nacionales y locales de reacción frente a las adversidades, pero hemos olvidado que no hay estrategia de respuesta que se contenga en un vacío demográfico. Las estrategias se discuten en salas de negociación diplomática en las sedes de organismos internacionales o en las oficinas y cuartos de situación de los gobiernos; se diseñan para proveer respuesta y no parar articularse con la respuesta comunitaria espontánea. Al llegar al terreno de los hechos, no hay gestión de crisis que funcione sin resiliencia comunitaria.

Parafraseando las ideas de Néstor Suárez Ojeda, la resiliencia comunitaria, es el efecto de movilización de la capacidad solidaria de una colectividad frente a los desastres e infortunios para paliar los efectos negativos de los embates que se reciben y reparar el daño con miras al futuro. En este orden de ideas, para que se dé una efectiva respuesta comunitaria se requieren: una alta autoestima colectiva, un sentido de orgullo por la identidad cultural compartida, un potencial de solidaridad, honestidad gubernamental para articular los esfuerzos y humor social.

Sí, humor social, la capacidad de sublimar la propia tragedia incluso a través de la comedia para poder superar las difíciles condiciones que se viven. A mayor fuerza de cada característica, mayor capacidad de encontrar una nueva estabilidad, de idear estrategias de recuperación y de lograr una ulterior transformación frente a condiciones adversas.

Por lo tanto, en momentos de crisis, contribuye quien en su rol – privado o público, individual o colectivo- comprende que la resiliencia comunitaria se fortalece con una visión de conjunto y un sentido de responsabilidad y empatía compartido. Contribuye, quien fomenta un sentido de colectividad que va por encima de las diferencias. Contribuye, un enfoque ecuánime y honesto de respuesta frente al embate de la adversidad. Contribuye, la sublimación del dolor en ingenio y risas. México es un pueblo resiliente, basta con recorrer su historial de reinvención y su identidad psicoemocional. Somos tan resilientes, que hemos aprendido a llenar los vacíos del Estado y a sobreponernos incluso a nuestra propia política.

Tzinti Ramírez Reyes

Internacionalista. Directora del Departamento de Relaciones Internacionales, Economía y Ciencia Política región occidente del Tecnológico de Monterrey en Guadalajara.

Es Licenciada en Relaciones Internacionales por el Tecnológico de Monterrey, Maestra en Estudios Internacionales con especialidad en Historia y Política Internacional por el Graduate Institute of International and Development Studies (IHEID) en Ginebra, Suiza

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